La parroquia es entendida desde el Código de Derecho como “una determinada comunidad de fieles constituida de modo estable en la Iglesia particular, cuya cura pastoral, bajo la autoridad del Obispo diocesano, se encomienda a un párroco, como su pastor propio” (CIC 515 § 1), a lo que el Catecismo de la Iglesia Católica añade: «Es el lugar donde todos los fieles pueden reunirse para la celebración dominical de la eucaristía. La parroquia inicia al pueblo cristiano en la expresión ordinaria de la vida litúrgica, la congrega en esta celebración; le enseña la doctrina salvífica de Cristo. Practica la caridad del Señor en obras buenas y fraternas: “No puedes orar en casa como en la Iglesia, donde son muchos los reunidos, donde el grito de todos se dirige a Dios como desde un solo corazón. Hay en ella algo más: la unión de los espíritus, la armonía de las almas, el vínculo de la caridad, las oraciones de los sacerdotes” (S. Juan Crisóstomo, incomprehens. 3,6)» (Catecismo de la Iglesia Católica, 2179).

Esto nos lleva a reconocer que La parroquia no solo es un espacio celebrativo que permite rendir culto a Dios, sino que se convierte en el espacio por medio del cual los Cristianos reconocemos nuestra pertenencia a la gran familia de Dios, por esta razón cuando hablamos de parroquia, hablamos de la posibilidad de sentirnos familia, de hacer de nuestra fe una experiencia de encuentro, de solidaridad y de amor. La Parroquia es la casa de los hermanos que se reúnen para celebrar el triunfo de Cristo sobre la muerte y el pecado, el amor de un Dios que elige, salva, anima y acompaña.